Recuerdo a mamá tejiendo. Mamá hacía jerséis y chalecos, para mi y para Juan. Ahora casi no ve... No compraba casi lana. Yo misma la ayudaba a deshacer los que se iban haciendo pequeños o no valían por lo que fuese, y a lo mejor, con un ovillo más, tejía uno nuevo, mezclando colores y fibras, tejiendo otra vez en un nuevo diseño. Recuerdo en especial uno verde que me puse mucho muchísimo. Tenía verde claro, verde oscuro, blanco y un poco de amarillo, jaspeado. Calcetado en punto liso y a medida para mi, con su cuello y sus botones para el escote. También me acuerdo de uno malva y azul, un violeta oscuro, con cuello vuelto... Era difícil de meter por la cabeza, tenía que ser antes de las trenzas, o el peinado se iría al garete... Luego era muy cómodo.
Me gustaba mucho cuando había que probar. Ese cariño era muy especial.
- A ver, ven - y allí iba yo feliz de la vida a que mami me pusiera la pieza con las agujas colgando debajo de las axilas, mirando si había que meter más o menos, cuántas vueltas le quedaban para la sisa... El calor de las manos de mamá traspasaba los tejidos... Aquellas manos. Aún ahora son cálidas, aunque ya no las sienta a menudo.
La señora Aurora era la más prodigiosa tejedora del barrio. Se sentaba al sol, a un costado del taller de tornería, y allí movía las agujas como una máquina... rápido. Y aquella labor iba creciendo allí debajo, en su regazo, siempre perfecta... ni muy flojo ni muy apretado, aquellos puntos se deslizaban por las agujas como bailarines en una perfecta coreografía de ballet ruso...
A veces ni miraba, estaba charlando con otra vecina sin parar de tejer...
Nos enseñó un poco a las niñas del barrio.
Mi tía sí que era una prodigiosa. Esa le daba al ganchillo como una profesional, hasta vendió unas cuantas colchas, pesadísimas, y elaboradísimas, eso sí. Se cotizaban, creo que aun se cotizan... aunque a mi no me parecen nada prácticas. Ella tenía todas sus camas con una colcha manufacturada en perlé, con sus volutas, sus flecos, sus flores, sus fantasías tejidas con gran arte. Por supuesto las retiraba antes de dormir. Ni se te ocurriese sentarte encima de una de ellas... Eso sólo podía hacerlo la muñeca de cara blanca que daba miedo. Brillante cara de porcelana....
Colchas que no valen para abrigarse ni dormir, muñecas con las que no se podía jugar....
En casa de la tía no se podía hacer casi nada.... Casi ni pisar, porque el suelo estaba brillante, perfectamente encerado. Para sentarse en le sofá había que darle la vuelta a los cojines para no estropearles su precioso y barroco tapizado.... y así sucesivamente.... La casa de mi tía era un mírame y no me toques... así que no la visitábamos mucho.
Sin embargo, me encantaba que viniese a casa, y verla ganchillar, y que intentase quitarme las cosquillas sin conseguirlo jamás... :)
Y los merengues de dos pisos que me traían los domingos. O los gusanitos de los días de labor...
Ella me enseñó a ganchillar.
Hice algunos tapetes.
También hice amigurumis antes de saber que eran amigurumis, y esos me los enseñó a hacer Angeles, catequista y profe de mates amateur. Tengo que rescatarlos del trastero...
Y las damitas. Damitas calientahuevos.... :) duros... Esas las hacía Frau Negelle, o era Frau kog??, vecinas alemanas de Alemania (donde un día nací y viví). Yo conseguí copiar una a los 10, 11 o 12 años. No sé dónde se quedó, creo que la tiene mi madre, sin huevo, con papel de seda debajo de las faldas... :)
Tengo ganas de volver a tejer... Tiene algo especial, espiritual.... ancestral.
Mira las arañas, qué bien lo hacen.